Puede haber simultaneidad entre los deseos y los logros

¿Cómo hiciste? ¿De dónde las sacaste? me preguntaba el arquitecto. Deseábamos conservar los pisos de pinotea y le habíamos pedido que los reparara. Su primera reacción fue advertirnos  “muy claramente” que “la pinotea ya no se fabrica, en caso de encontrar listones buenos, suelen ser muy caros.. etc.”  “Cuántos listones se necesitan”, fue nuestra respuesta. “Y…muchos…”  dijo él, mientras se iba, con gestos que podían interpretarse como “demasiados” para que puedas conseguirlos de un día para el otro. Por eso cuando al otro día los tuvo allí, no lo podía creer. Pero el caso es que, como yo no tenía la menor idea de dónde comprar esas tan raras y caras maderas, solamente podía pensar en ellas. Salí al balcón para ver si se me ocurría algo, no hice más que asomarme y ver,  en la vereda de enfrente, un container lleno de listones de pinotea.  Exactamente enfrente de nuestra casa hay una empresa que vende lavarropas industriales y otras máquinas pesadas. Justo ese día habían decidido cambiar sus pisos (de pinotea) por mosaicos, tanto para agrandar el lugar como para facilitar la entrada y salida de estas máquinas tan pesadas. “Solo tuve que recogerlas de allí enfrente”, le dije al arquitecto.
Por supuesto que no me creyó. Sin embargo, de esa misma forma aparecieron aquí las estufas que todavía utilizamos, las barras de las escaleras, varios de los primeros sillones que tuvimos, lingotes de madera, columnas de hierro forjado, ventiladores de techo…y hasta un cuadro que hemos puesto en la entrada, pintado con los exactos colores de este lugar. 
Resulta que apenas nos vinimos a vivir aquí,  llegó una amiga con otra pareja de conocidos suyos. El hombre se lamentaba de tener que demoler una casa  preciosa para poder utilizar el terreno para un edificio. Como era arquitecto le mostramos nuestra propiedad y le pedimos consejos de cómo reciclarla para el Centro Cultural que planeábamos hacer. Al día siguiente este hombre nos llamó y nos invitó a esa casa que debía demoler y nos dijo: yo quisiera que al menos algunas cosas de esta casa quedaran en algún lado, le sirvieran a alguien. Y nos pidió que tomáramos lo que nos hiciera falta. Podría contar innumerables ejemplos de cómo encontramos en nuestro barrio, mientras salimos a pasear el perro, cada cosa que estábamos deseando encontrar: puertas, ventanas, hierros, un banco de plaza para el patio, ¡ese cuadro tan precioso entre bolsas de basura! 
Nos conmovía constatar la inmediatez con la cual el Universo nos proveía de aquello que no hubiésemos podido comprar y a la vez nos preguntábamos ¿porqué no podría ser siempre así la vida de todos los días? ¿Porqué no le ocurre esto a todo el mundo todo el tiempo?. Apelamos a casos conocidos y a nuestra propia experiencia pasada.
 El primer obstáculo entre los deseos y los logros es que no sabemos registrar las oportunidades.
El segundo es que cuando nos pasan delante y se vuelve inevitable su constatación no estamos preparados para ese “éxito” para ese súbito bienestar, para esa salud que nos llena de responsabilidades adultas, etc. Solemos postergar para mañana o justificar de algún modo nuestra demora en hacernos cargo de esa felicidad, de ese ansiado beneficio. Total siempre está la posibilidad de culpar a otros por no haber aprovechado esa extraordinaria casualidad.
Un tercer obstáculo ocurre cuando se está cumpliendo el deseo y nos asaltan los mandatos, las culpas, las profecías ancestrales a las que estábamos acostumbrados. La sensación suele ser de angustia y para liberarnos de esa angustia auto boicoteamos el proyecto a punto de concretarse.
Un cuarto obstáculo consiste en creer, -luego de haber logrado todo-, que se trató de una excepción irrepetible, una  gran casualidad que no volverá a ocurrirnos nunca. En fin hacemos de todo para volver al mismo punto y poder seguir quejándonos de nuestra mala suerte.
El Método EUSA nos enseña que a menudo la casualidad es en realidad causalidad. Al menos cuando la casualidad es demasiada, -ya sea por fortuna o por desgracia-, empezamos a intuir que somos nosotros mismos quienes “casualizamos” es decir atraemos, lo mejor o lo peor, según como estemos “vibrando”.
Desde siempre se pensó que todo estaba compuesto de átomos, de hecho a-tomoi significa lo que no puede dividirse más. Pero a partir de la observación de las partículas sub atómicas la ciencia ha constatado que eso que parecía lleno, es en realidad un espacio vacío recorrido por una partícula sub atómica. Los niños hacen girar una estrellita de navidad encendida y cuando lo hacen a suficiente velocidad vemos un círculo en el aire. En realidad la retina mantiene la imagen anterior la cual se une a la siguiente dándonos esa ilusión óptica de un círculo, cuando en verdad hay solo un punto a saber, el extremo encendido de la varita. Lo mismo ocurre al mirar el universo físico: los cuerpos parecen una masa continua pero lo cierto es que hay más vacío que lleno. La última esencia de las cosas no es un todo macizo sino una vibración.
La ciencia ha afirmado tradicionalmente  que cuanto más pesado es un átomo (carbono, hierro) tiene más cantidad de electrones y protones, en algunos casos neutrones, con relación a los átomos más livianos como el hidrógeno, pero que los electrones y protones son siempre iguales, no son distintos los de cada átomo. Por fusión, es decir al chocar dos átomos, esos electrones y neutrones podrían acomodarse en diversas proporciones (sintetizadas en la tabla de Medeleiev ) dando lugar a nuevas configuraciones, es decir a nuevos átomos. Más recientemente la llamada “teoría de las cuerdas” afirma que cada átomo es de acuerdo a su vibración, es decir que a partir de los mismos elementos podría devenir un átomo de oxígeno, de hierro, etc., de acuerdo a cómo vibre. A su vez “la esencia de la vida”, -afirma Carl Sagan en su clásico libro “Cosmos”-, no son tanto los átomos y las simples moléculas que nos  constituyen como la manera de combinarse entre sí” [1] 
Sería interesante saber si es posible incidir en esa manera de combinar los elementos disponibles, modificando su configuración
Maseru Emoto creyó ver cristales de hielo más hermosos al congelar un agua tratada amorosamente, con relación a los cristales de hielo de un agua no tratada o tratada con desprecio. Pero si fuera  así de decisivo el influjo vibracional de una persona para con el agua  ¡cuánto más decisivo ha de ser el influjo de una vibración positiva o de una vibración negativa sobre nosotros mismos y sobre  nuestros semejantes!! Bastaría recordar que somos un 70 % de agua.
Otra búsqueda similar son los llamados procesos de “estructuración” del agua. Se dice que las “aguas estructuradas” podrían prevenir y curar graves enfermedades. Testigos aseguran que el alquimista turco  Ayhan Doyuk logró reestructurar algunas aguas de tal manera que al verter esas aguas estructuradas en otras aguas sucias, éstas últimas se volvían tan transparentes y puras como aquellas.
Vibrar con el universo, concordando con su lógica de reciprocidades positivas, nos permitiría  creer-crear. No es que desaparecerían el tiempo y el espacio es decir la espera y los movimientos de salir a buscar, las tareas de llevar o traer, etc., sino que todo eso no sería más que el desplegarse del deseo realizándose.
Si un sujeto lograra formular su deseo de un modo irrefutable y con un entusiasmo impostergable, ese deseo se cumpliría en ese mismo instante.
Para que ello ocurra el deseo debe ser formulado a prueba del  boicot sistemático al que será sometido: “pero mirá que entonces te pasará tal cosa, ojo que te puede salir mal, tuviste en cuenta tal otra cosa?; ¿así que te salvarás tu solo y no te importan los otros? ¿pero y quién te crees que eres para tener eso? ¿a tu edad? ¿Con la familia que tenés? ¿con la educación que te dimos?, etc etc.
Ese pasado adentro nuestro intentará reprogramarnos para que no cambiemos nuestro destino. Por otro lado estarán siempre las tentaciones de postergar el logro. A veces necesitamos ponernos un plazo para poderlo concebir como posible. No está mal siempre que tengamos claro que ese plazo lo necesitamos para creer. Si tuviéramos fe no lo necesitaríamos, podríamos decirle a una montaña que se corriera y nos dejara pasar y ello ocurriría en ese mismo momento, podríamos decirle al agua que se vuelva vino, a una enfermedad que abandone un cuerpo, a un recurso que se multiplique, etc. Y todo ello ocurriría sin mediación de tiempo ni de espacio, es decir sin movernos. Habría simultaneidad entre los deseos y los logros. Estaríamos siempre en ese exacto lugar donde nuestro mejor destino ocurre.





[1] Carl Sagan, Cosmos, 8º edición de 70.mil ejemplares, pg 127.

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